¡Adiós, W!

Me pusieron al final del libro. Para que no se notase mucho el desprecio que se me tiene me dejaron casi al final. En la última edición me puedes encontrar en la página 2264. Mi vecina de al lado, la siguiente, ocupa algo más que yo. Ella tiene dos páginas. Una y media para ser exactos. Yo apenas ocupo una. Soy impronunciable. Te digo una cosa, si cojo las de Villadiego nadie se entera. No creo que se me eche mucho en falta. He estado observando el contenido de mi página y es que, sinceramente, podría irme ya. Estoy por hacerlo. Si aglutino a mí contenido por familias con un cuarto de página bastaría. Si elimino los términos que hemos cogido prestados de vocabularios extranjeros… apaga y vámonos. Si es que no sirvo para nada.
Soy una tercera parte de una de las marcas de coches más conocidas e importantes BMW. Y nadie me llama bien. Be eme uve. ¡Uve! Si soy la doble. ¿No ves que estoy repetida? Los angloparlantes me llaman por mi nombre. O no. De hecho me dicen «doble u» cuando es obvio que soy de líneas rectas y no curvas como la culona de la U. Be eme uve. Manda narices.


Hablando de culos… una de las palabras más feas en las que aparezco es donde todo el mundo va a sentarse y gracias a Dios los encargados de la RAE no han incluido en el diccionario: el wáter. Aunque sí que lo admiten con uve de ventosidad. Tremendo. Me han robado esa palabra. Normal que no ocupe ni media página.
Para algunas que me conceden como la clásica whiskería, toda la vida se ha pronunciado con g de güisqui. Suena más cañí marcando la g, la verdad. Además, me cuentan que los que frecuentaban esos sitios no tenían la lengua como para pronunciar bien nada.


Wagneriano… ¿y qué? Pues ya sabes que Wagner fue importante pero, si nadie lo pronuncia con w. Al final con b de Beethoven o V de Vivaldi también valdría.
Wahabí. Un tal fundador del Wahabismo que lo siguen los wahabitas. Toma, tres palabras que por un exceso de generosidad han tenido a bien en separar para hacer bulto.
Walki-talkie… en la era de los móviles como si la borran del todo. Palabra en absoluto desuso. Días contados.
Walkman… se me saltan las lágrimas. Lloro a moco tendido recordando esos cascos de espuma naranja y ese sonido característico del play o del final de la cara A.
Washingtoniano. Aquí se vinieron arriba los de las sillas de las letras. ¿Por qué aparece Washingtoniano y no Wisconsiniano o Waterllootense?
Waterpolista y waterpolo. Este deporte que practican pocos y que conozco a varios de ellos bien podría tener un nombre español pero, claro, si el balombié es fútbol y el balonvolea es volleyball… ¿por qué innovar? El handball es balonmano y no pasa nada. Claro, y ¿qué pasa con el kárate y el judo? Vale, lo dejamos así. Waterpolo suena bien.
Watt. Vatio. Pues si es solo eso, no me andéis regalando palabras porque sí. Vatio es vatio y punto.
Wau. Jajajaja. Por favor, leed el significado de wau. Un sinsentido.
Web. Ya está. Pasaron los noventa. Ya nadie lo usa. Es página y nada más. Web is gone!
Weber. Es tan complicado lo que representa esta unidad de flujo de la física que no creo que nadie se acuerde de usarla. Además, no creo que al Señor Weber le moleste mucho ya que murió en 1891. Ya se podía haber llamado García, claro que García como nombre de.una unidad de flujo no es tan interesante.


Weimarés. Dice: también Veimarés. Pues llevamos esta palabra a la zona de las uves y me dejáis irme.
Wellingtonia. Cómo será de útil esta palabra que la definición viene entre paréntesis. Y encima acaba con un «también velintonia». Otra que se pueden llevar a la uve.
Wélter. Peso. Es todo lo que pone. Hala. Si quieres saber el significado vete a la pe.
Wéstern. Con acento en la e. Con un par. Pelis del Oeste. Ya no valen. Hoy estarían todas prohibidas. Los tíos de pelo en pecho de la época de los vaqueros ya no están aceptados por machistas y cabrones. Fuera. Wéstern la pueden censurar.
Westfaliano. Natural de Westfalia. ¿Y qué? ¿Es que la comunidad de westfalianos en España es tan sumamente grande como para darles una palabra en nuestro diccionario? No lo creo. De hecho, imagino que el señor Alcalde o Presidente de Westfalia dormiría igual de tranquilo si les borramos de la página 2264.
Whiskería y whisky. Con un par de narices nos remiten a la G. Me encanta güisqui con g. Me espanta la bebida pero la palabra puede ser de las más bonitas del diccionario. Güisqui. Es elegante a la par que histórica. Lo que se habrá cocido alrededor de vasos de güisqui. Lo que se habrá cocido dentro de las güisquerías. Mejor ni pensarlo.
Wifi. Animo a cambiarlo por güifi y volvemos locos a todos los extranjeros que nos visiten. Carteles donde ponga: «clave de güifi» en lugar de «wifi password». Todos locos.
Wincha. Vincha. Otra a la uve. A saber qué será. Mi orgullo me frena a ir a verlo. Si lo sabes me lo cuentas.
Windsurf. Tan denostado por el simple surf como el esquí por el snowboard. ¿A la u de uindsurf o a la G de güindsurf? Vindsurf para los alemanes, ¿no?
Windsurfing y windsurfista lo acompañan poco después.
Cierran mi interesantísima página wólfram y wolframio. Que no tienen definición y encima se le llama tungsteno. Pues marchando a la t con tocino y tanqueta.
Esto sería todo, señoras y señores. Si son ustedes tan amables, escriban a los ilustres de la Academia y díganles que, o bien me concedan palabras de verdad, con su definición, pronunciación y esas cosas, o bien que me den boleto porque no valgo para nada. Les animo a crear la «Plataforma en Defensa de la W» aunque sería para la defensa de una o dos palabras, o ni eso. No entraría ni como castellano antiguo. No valgo una mierda.
Adiós, bye bye, auf Wiedersehen!!!

Somos ratas

Hace tiempo que no escribo y desde entonces ha habido grandes cambios en mi vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Nacimientos, fallecimientos, enfermedades, tristezas, alegrías. Y un nuevo trabajo. Un trabajo que ha hecho que, después de muchísimos años, haya tenido que lidiar con el transporte público. Metro, tren, autobús… He probado de todo.

Plan A: Empecé con el metro. Transporte público por excelencia en grandes ciudades como Madrid. El metro de Madrid tiene muchas cosas buenas: la cantidad de trenes, la corta espera entre uno y el siguiente, la cantidad de estaciones… Tiene casi tantas cosas buenas como el número de pasajeros. Es impresionante cómo a ciertas horas del día hay más gente en el subsuelo que en la superficie. Me recuerda un poco a aquellos dibujos animados de unos seres horribles que vivían en los cimientos de una casa. Alguien recordará el nombre. Yo no. El armadillo, los escarabajos, las hormigas, las lombrices… viven bajo el suelo. Las ratas no pero ya les gustaría. Las ratas bajan, pasean, deambulan, hasta que encuentran una presa y se la zampan. Los seres humanos hacemos lo mismo: bajamos, paseamos, deambulamos hasta llegar al destino que nos ofrece una nómina para poder comprar esa presa y zamparla sobre un plato. La diferencia es mínima. Mientras las ratas rastrean por los laterales de las galerías del metro, nosotros, ese ser superior tan inteligente, utilizamos el mismo espacio para movernos de un sitio a otro. Mientras las ratas van en manada, nosotros hacemos lo mismo: cientos de viajeros por vagón, hacinados, embestidos por unos y estocados por otros, paraguas en mano. Es triste, pero es la realidad. Nos levantamos por la mañana, con la legaña queriendo despegarse del párpado y caminando cabizbajos a la entrada de ese maloliente subsuelo que esconde vidas, otras vidas, donde unos se convierten en zombis y otros, escondidos bajo una capa de litros de colonia va dejando un reguero de olor a perfumería que echa para atrás. 

Plan B: Una vez probado el metro, descubrí el tren de cercanías. ¡Ja! ¡Cercanías! Pero si puedes cruzar la Comunidad de Madrid entera y adentrarte en otras provincias con el mismo tren. Dejando el nombre de lado, es un medio de transporte donde puede casi comer en el suelo de lo limpio que está. Pintado, grafiteado (si es que esa palabra existe) pero limpio. No sé si cumple el requisito de comer en el suelo, tal vez haya exagerado un poco, pero es innegable que da gusto sentarse dentro. Es una pena que, teniendo ventanas cada dos o tres filas, no las podamos abrir. Los hay de una o dos plantas. Los hay más o menos modernos. Las estaciones suelen contar con cafeterías que invitan a desayunar desprendiendo olor a cruasán recién horneado. Congelado o no, pero huele que alimenta. Subes, miras a un lado y a otro y te sientas. No como en el metro, que subes, pretendes mirar a un lado y a otro y solo ves nucas y más nucas. En el tren te puedes sentar. Puedes hasta elegir asiento. Sueltas el abrigo, el paraguas, la mochila o la cartera. Apoyas la cabeza en la ventana con el deseo de cerrar los ojos durante el tiempo que dure el trayecto y aparece un tipo en la siguiente estación tocando la guitarra creyendo ser Slash de Guns N Roses. No, no es Slash, ni Paco de Lucía, ni nadie que se le parezca. Es un tipo que tuvo la suerte de encontrar una guitarra y que nos deleita (atormenta, más bien) haciendo ruido con ese instrumento tan bien tocado por otros. No contento con eso, desde detrás de su más que utilizada mascarilla salen unos gallos inentendibles que quieren recordarte a un tema que escuchabas en un radiocasete en tu etapa adolescente. ¿Los Secretos? ¿Los Ronaldos? ¿The Police? ¡Coño, pero si está cantando un tema de Alejandro Sanz! Nada, no hay quien duerma. Entre parada y parada, la megafonía, en volumen para deficientes de oído, va anunciando las próximas estaciones y sus conexiones con interminable número de líneas y ramales. Cierras el ojo y la misma amable señora te lo repite en inglés. Entretanto empieza a sonar otra melodía, esta vez de Miguel Bosé. ¡Lo que faltaba! Todos nos metemos la mano en el bolsillo para ver si rebosando su gorra de monedas nos deja tranquilos. Él, animado por el éxito, quiere un bis. Nos bajamos todos en la próxima estación. Que le cante a la de la megafonía. 

Plan C: Moto. Mi vieja Vespa ya no la quieren ver ni en pintura por Madrid centro. Parece ser que contamina mucho. Es verdad que se nota. Desde que no meto la Vespa en Madrid se respira de otra forma. Da gusto andar por las calles de Madrid. No ves vetustas motos como la mía y a uno le salen margaritas de las fosas nasales de lo limpio que está el aire. Una maravilla. Las flores crecen, los árboles no pueden con el peso de sus verdes hojas, las mariposas revolotean y los pajaritos cantan por cada rincón de la ciudad. Me he comprado una moto más moderna. Menos contaminante. Lo dice la pegatina que le he tenido que poner en su narizota. Hola, soy una moto moderna y no mancho el puro y pulcro aire de Madrid. Tardo bastante menos que en tren y muchísimo menos que en metro. No respiro colonia de pasajeros ultra generosos con sus lociones de euro y medio. No me clavan paraguas. No viajo con ratas. No me destrozan el oído con serenatas de tres al cuarto. No me informan cada 100 metros de donde estoy y por donde voy a pasar. No me tientan con cruasanes y demás bollería. Eso sí, paso un frío que no está escrito. Si algún día os cruzáis con lo que parece el muñeco de Michelín sobre una moto negra, no os asustéis, soy yo. A ver, que alguien me explique por qué hay coches con asientos y volantes calefactables y yo tengo que sentarme sobre un gélido asiento plastiquero. ¿Por qué no llevan todas las motos de serie unos manguitos calefactados? ¿Por qué a pesar de comprarme los mejores guantes del mercado sigo pasando frío? No pienso volver al subsuelo, no pienso volver a torturarme con los dorremís de aquél tipo y su guitarra. No pienso. Prefiero morir congelado a tener que sufrir todo aquello. 

Plan D. Continuará.


Nota final: nótese el tono de humor. No quiero crear polémica ni herir sensibilidades. Muchos de mis numerosos lectores son usuarios del metro o del tren y no por ello son ratas, aunque circulen por donde las mismas.

Dedicado a IC, compañera de viajes en metro durante un largo espacio de tiempo de tres días.

Mi verruga y yo



Ahora que acaban de examinarse miles de jóvenes adolescentes de la Selectividad (cómo será de pésima la educación actual que no saben si llamarle EVAU o EBAU), muchos de ellos andarán dándose los primeros baños del verano pensando si entrarán en Medicina o Empresariales; Farmacia o Industriales; Moda o ADE; Derecho o INEF… Suerte a todos ellos. Algunas de estas carreras estuvieron muy en boga hace unos años y ahora ya no tanto. Otras, nadie las quiso en los 80 y 90 y ahora hay bofetadas por entrar. Y otras pocas, como Enfermería, no pasan de moda. 

En 2021 la nota de corte para acceder a Enfermería en la Universidad Autónoma de Madrid fue un 12,743. Casi la excelencia. Está claro que para ser enfermero se han de requerir unos conocimientos importantes de ciertas materias, que se saben gracias a la Selectividad, Evau o Ebau. Pero, también, para ser un buen enfermero, o enfermera (no se vaya a enfadar algún lector, o lectora), hacen falta otras aptitudes difícilmente evaluables como puede ser la calidad humana; la empatía; la simpatía; la resistencia física; la estabilidad emocional; la habilidad de comunicación; y, principalmente, la paciencia. Paciencia infinita que han de demostrar tener con pacientes como el que esto escribe. 

En los últimos diez o quince años voy al Centro de Salud varias veces al año. A ver, que tampoco estoy tan mal, pero ciertos médicos y una mujer insisten en que tengo que ir a que me vean esto y aquello. Colonoscopias, endoscopias, grapas por aquí, grapas por allí, escayolas, vendajes, triple vendaje, resonancias… y criogenización de «mi verruga». 

Mi verruga porque es mía y solo mía. De nadie más. No es de nadie más que mía. O era. Ya no es de nadie. Tal vez de la Ciencia. Ya no está. Me la han robado. Hace unos días, empujado por mi mujer, fui a que mi médico de cabecera le echase un vistazo. Me riñó. Siempre me acaba riñendo. Que cómo era posible que la tuviese así. ¡Qué más dará! De sufrirla, solo la sufro yo. Total, que casi me pone a escribir 100 veces «las verrugas no se cortan ni se muerden ni se lijan». Le hizo varias fotos como si de un huevo frito con chorizo se tratase para un menú de platos combinados y se las mandó al dermatólogo. A éste debió de darle tanto asco que le pasó el marrón a una enfermera, Beatriz se llama. Beatriz, que no podía imaginarse con quien iba a lidiar, me llamó muy amablemente y me dio cita para hacerme un Walt Disney en el dedo meñique: hacerle pasar a mejor vida a base de frío. 

Hoy he ido a mi cita con Beatriz. Me temblaba el dedo. Yo la miraba con ojos de cordero degollado rezando para que nada grave ocurriese. Total, en caso de perder el dedo tengo otros nueve en las manos y otros diez en los pies, me consolaba. Además, el meñique sirve de poco salvo que seas de esa especie humana que lo usa para sacudirse el interior del oído soñando sacar un tesoro y observarlo maldiciendo: «¡Cáspitas! Otro kilo de cera y nada de petroleo, con lo cara que está la gasolina». Hay, incluso, gente muy meticulosa que lo pone a la luz sin darse por vencidos. Nada. No hay petroleo. 

Pues bien, Beatriz me ha invitado a sentarme en una camilla y nada más empezar su inofensivo interrogatorio, me ha mirado fijamente a la cara y ha decidido largarse por la misma puerta por la que entramos un minuto antes. Poco después ha vuelto acompañada de otra enfermera. Entre las dos han conseguido convencerme de que saldría vivo de ese espantoso lugar. Me aseguraban que el dolor sería mínimo. Confiaban en que no moviese la mano y, ante la duda, una sujetaba mientras la otra me abrasaba el dedo. Todo ha ido bien. He llegado al coche y una vez sentado, antes de arrancar, he contado y estaban allí todos: el pulgar, el índice, el corazón, el anular y el pobre meñique, escondido bajo una blanca gasa y un pegajoso esparadrapo. Me acordaba de aquella serie de dibujos animados en que los glóbulos rojos, capitaneados por un tipo con una larga barba blanca, navegaban por las venas subidos en unas Zodiak con aspecto de naves espaciales. Imaginaba a una gran legión de ellos corriendo apresurados a poner orden en mi malherido meñique. Así lo notaba por las pulsaciones que allí latían. Una vez en casa lo volví a mirar. Comprobé que seguía unido a los otros cuatro de esa misma mano y me vino a la cabeza la cara de asombro de Beatriz. 

Tal vez Beatriz obtuvo una notaza para matricularse en Enfermería. No lo dudo. Seguro que logró unos resultados excelentes en Lengua, Matemáticas, Historia, Inglés… pero me pregunto: ¿y si le llegan a decir que una vez acabe la carrera se va a encontrar a pacientes como yo?

«He pensado que Enfermería tampoco me va a llenar tanto, igual Informática es mejor». 

Mi verruga y yo os dejamos por hoy. Mi verruga… descansa en paz. 

verruga

Del lat. verrūca.

1. f. Excrecencia cutánea por lo general redonda.

2. f. Abultamiento que la acumulación de savia produce en algún punto de la superficie de una planta.

3. f. coloq. Persona o cosa que molesta y de que no se puede uno librar.


Los marcianos no entendemos de atascos.


He tenido la gran suerte de trabajar en lo que he querido toda mi vida. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que con mejor o peor resultado, he hecho, casi siempre, lo que me ha dado la gana. Dos mujeres dirán que el «casi» sobra: mi madre y mi mujer. Mi madre me lo dijo alguna vez, «Gonzalo, siempre te sales con la tuya y haces lo que quieres». Todavía oigo su voz cuando llegaba a casa alas mil de la noche. Mi mujer no sé lo que me dice porque «como nunca me escuchas…» Razones tiene de sobra para pensar así, lo reconozco. Es un mal generalizado, es lo que me consuela. Volviendo al inicio… siempre he trabajado en lo que he querido. Es una suerte, no lo dudo. Y esa suerte es mayor, si cabe, por el tipo de trabajo que era cada uno de ellos. 

Hace un tiempo calculé el número de maletas que habré hecho en mi vida aeronáutica. No recuerdo la cifra pero daba vértigo. Miles de maletas. Siempre iguales. Siempre la misma ropa. Siempre la misma pereza para hacerlas. Hace unos meses cambié los aviones por el coche. Sí, sí… no es de lunes a viernes pero los días que toca, tiene que ser a la misma hora que todo ser humano en edad laboral. Estamos todos juntos en la misma carretera. ¡Todos! No falta nadie. 

No conocía el mundo atasco. Nunca lo he sufrido. Tal vez en mi época universitaria aunque al ir de paquete, cerraba un ojo, cerraba el otro y desaparecía a la altura de Las Rozas para amanecer en Princesa. La vida del autoestopista. Una profesión de alto riesgo que bien llevada te sacaba de muchos apuros. Conocí a gente de todo tipo. Estudiantes, empleados de banca, deportistas, cantantes, empresarios y algún que otro forrado que sacaba a pasear el coche a primera hora de la mañana para que socializase con otros vehículos de distintas especies. Me estoy desviando del tema como aquél que se desvió en una recta y casi nos mata a los dos. Puso el coche a dos ruedas. Dios quiso ponerlo sobre cuatro de nuevo. Era pronto por la mañana y había dormido mal, dijo. 

Atascos. Según parece, 2021 tuvo 253 días hábiles. Pongamos como cifra 250 días laborables por año. Si uno tiene suerte y empieza a trabajar con 24 años y aguanta hasta la edad de jubilación de 65, habrá trabajado 41 años. Si cogemos esos 250 días y le quitamos un mes de vacaciones, serían 220 días por año. 220 por 41 años son 9020 días. Si tardas una hora en ir a trabajar y otra de vuelta, esto supone 18040 horas metido en un coche durante 41 años. Si lo convertimos en días, 18040 horas son 752 días, lo que se convierte en poco más de dos años. ¡Dos años metido en un coche! Dos años escuchando Cadena 100, Rock FM, la SER o la COPE, esRadio o Radio Marca. ¡Dos años! Enteros, con sus días y sus noches. Dos años por completo. 

Gracias. Prefiero doscientos años de maletas que dos metido en un atasco. Con el listo que va por un carril en movimiento para, en el último momento, colarse en su carril que lleva parado 700 metros. Prefiero doscientos años de maletas que dos metido en un atasco aguantando el vaivén de izquierda a derecha y de derecha a izquierda de la que se cree que va avanzar algo por cambiar de carril. Prefiero doscientos años de maletas que dos metido en un par de metros cúbicos viendo como lo peor de cada persona sale a relucir cuando se sienta tras el volante. Prefiero doscientos años de maletas, sin duda. 

Como me he librado de tantos años y los últimos 20 años os he visto a los «normales» sufrirlos a diario desde el carril opuesto de la carretera, y como no he debido de compadecerme lo suficiente, se me ha castigado con sufrirlo durante mis próximos años laborables pero en una dosis a mi medida. El regalo ha venido en un frasco pequeño, suficiente para sentirlo, no tanto para odiarlo. Semáforos, rotondas, stops, radares… empiezo a conoceros como nunca antes lo hice. Me seguís despistando y sorprendiendo de vez en cuando. No lo quiero decir muy alto, no vaya a oírme quien no deba, pero claro, a esto solo se acostumbra uno si lo hace todos los días. No hay necesidad, viviré con ese sorprendente despiste. 

Aparcamiento. La propia palabra lo dice aparca y miento. Aparcar en Madrid es una mentira tan grande como la bandera de Colón. Hay 100 veces más coches que plazas. De verdad, los que lleváis toda la vida sufriendo esto, perdonadme. Os habla un novato en toda regla. 

Necesito «tips». Un libro de esos amarillos: «Atascos para dummies». Me lo puedo leer a la ida a la oficina y puedo hacer un comentario de texto a la vuelta. He visto a gente afeitarse, maquillarse, sacarse mocos, hacerse el nudo de la corbata, comer pipas (¡a las siete de la mañana!), mojar un cruasán en un café… ¡leer un periódico! Debo de parecer marciano. Me gusta serlo. Corrijo: me gustaba. Los marcianos no entendemos de atascos. 

¡Nos vemos en la Carretera de La Coruña!

¿EVAU o Lotería? ¿Justicia o fortuna?

Mi hijo es un décimo de lotería.

Resulta que hace unos días uno de mis hijos se examinó de la EVAU. Siete exámenes, siete. No eran Miuras pero bien podrían serlo. El resultado de estas pruebas depende de varios factores: el conocimiento adquirido durante los últimos cursos por parte del alumno; la profesionalidad y entrega de sus profesores; la buena fe de los redactores de las preguntas; la indulgente práctica de los correctores; otras variables como el sueño, descanso, temperatura, bienestar, psique… cantidad ingente de productos que, afortunada o desgraciadamente, derivarán en que toda una generación de españoles elijan un camino u otro hacia donde dirigir sus pasos en esto tan complicado que llamamos vida. 

Hoy, día 16 de junio, siete días, siete, después del último toro, han salido publicadas las notas de esa fatídica y temible EVAU. Hoy, a pesar de las altísimas temperaturas, unos han salido corriendo a la calle, botella de champán en mano, a gritar exultantes de júbilo pues han conseguido la nota para entrar en la Universidad que tanto ansiaban. Otros, los otros, se han quedado perplejos delante de la pantalla de su móvil viendo como esa cifra no subía por mucho que uno hiciese ejercicios de mentalismo. Lloros, gritos, otro tipo de gritos, sollozos… el que siempre soñó con ser médico y no podrá. La que quiso ser juez y tendrá que conformarse con otra carrera. Aquél que fue Coronel desde pequeño antes, incluso, de vestir de caqui y ya nunca lo hará pues su nota no le llega ni para soldado raso. Frustración, rabia, enfado.

Resulta que hay una bola extra: pedir revisión. Pues bien, la normativa dice que «si se solicita revisión, los ejercicios serán corregidos de nuevo por un profesor especialista distinto al que realizó la primera corrección.

La calificación final será la media aritmética de las calificaciones obtenidas en las dos correcciones.

En el supuesto de que existiera una diferencia de dos o más puntos entre ambas calificaciones, un tercer profesor especialista distinto realizará de oficio una tercera corrección, siendo la calificación de la materia la media aritmética de las tres calificaciones otorgadas». 

Entonces, según esta regla tan justa (?) si un alumno ha hecho un examen perfecto y, por la razón que sea, pongamos que el corrector tuvo un mal día, le pone un 5 como nota… si este alumno decide pedir revisión y el segundo corrector le otorga un 10, como merecía, entonces se superan los dos puntos y entra un tercer corrector que, también, le da un 10… entonces la nota de ese examen de 10 es un 8,33. ¿Qué significa esto? Que por la única razón de una mala decisión de un profesor que ha corregido mal o, simplemente, no ha corregido ese examen, el alumno pasa de poder estudiar lo que siempre ha querido a tener que conformarse con otros estudios que no le agradan. 

¿Justicia? No. Lotería. Nuestros hijos son los Décimos de Lotería de Navidad del mes de junio. Entran en el bombo, dan un par de vueltas, y que sea lo que Dios quiera. 

Todo esto, sin entrar a hablar de que en España la EVAU es injusta desde el día del examen. Diferencia de criterios. Distintas dificultades. Injusticia absoluta y luego, lotería. 

¡Feliz Día de la Lotería, chicos! Que la diosa Fortuna esté de vuestro lado y podáis emprender el camino que teníais en mente. 

El abuelo de Carlitos Alcaraz


19 años recién cumplidos. Solo 19 años. No 19 años cualquiera. 19 únicos años. Carlos Alcaraz Garfia, nacido en El Palmar un lunes de mayo de 2003. Ese mismo día un joven David Ferrer batía a su ídolo Agassi en Roma (0-6, 7-6, 6-4). Ese día nacía en la provincia de Murcia un bebé que Carlos y Virginia, sus padres, no podrían ni imaginar lo que les iba a regalar 19 años después. 

Una ciclogénesis explosiva ha pasado por Madrid esta semana pasada. Tornados, tormentas, temblores… Madrid se agitaba de tal forma que todos querían ser testigos de ello. En el epicentro, el origen de todo ello Huracán Carlitos. Demostrando un desparpajo impresionante, una falta de vergüenza tal, unas tablas sobre el escenario solo posibles en quien lleva años sobre ellas… se ha llevado por delante nada más y nada menos que al mejor tenista de todos los tiempos, Rafa Nadal; al número 1 Nole Djokovic; y a un, todavía sorprendido, número 3 Sascha Zverev. Los casi dos metros del alemán han sido eclipsados por un casi imberbe Alcaraz. En poco más de una hora ha avasallado con un contundente 6-3, 6-1. 

Nadal, Djokovic, Zverev… los tres coinciden en lo mismo: estamos ante el futuro número 1 del ranking ATP. Número 6 hoy. «El mejor jugador del mundo», decía Zverev tras recibir su premio de consolación. Está más que claro que en lo deportivo sabemos que tenemos ante nosotros al futuro rey de los torneos. Algo me dice que también lo será en el aspecto humano. Un jovencísimo tenista, viviendo lo que está viviendo, abrumado por la actualidad que él mismo está construyendo partido tras partido, se detiene un momento a pensar en alguien muy importante en su vida: su abuelo Carlos. «Cabeza, corazón y cojones». Tres ingredientes necesarios de los que Alcaraz se acordó minutos después de ganar a su ídolo y todopoderoso Nadal. No puede pasar desapercibido ese recuerdo a alguien como un abuelo. Los abuelos, hoy más que nunca, lo son todo. La sociedad ha querido darles un durísimo y sacrificado trabajo extra que, por supuesto, realizan de mil amores: el cuidado de sus nietos. Hasta que el Gobierno y las empresas no encuentren una solución y consigan que la conciliación familiar exista, son los abuelos los que suplen a los padres en tareas que por el paso de los años tenían olvidadas. 

Todo un detallazo el de Carlos, Carlitos Alcaraz, recordar a su abuelo. Ese que, seguro, le acompañaba de la mano a las pistas, con las raquetas a su vieja espalda, para que su nieto se convirtiera en lo que es hoy: un orgullosísimo nieto que se va a comer el mundo. 

¡Gracias, abuelos!


No os conozco pero ya os quiero. (Ucrania).

No os conozco pero ya os quiero. Abandonasteis Madrid. Dejasteis Lugo. Toledo y, tal vez, Ciudad Real. Aparcasteis vuestras vidas para huir del bienestar y acudir al infierno. ¡Gracias por tanto!

No os conozco pero ya os quiero. Valientes como nadie. Osados también, ¿por qué no? ¿Y qué? Vuestra osadía y valentía salvarán vidas. Unos os dirán locos. Otros os llamarán utópicos. Yo, con mucha vergüenza, os envidio y os llamo ídolos. ¡Gracias por tanto!

No os conozco pero ya os quiero. 2900 kilómetros. 2900 kilos de esperanza. 2900 sueños. 2900 sonrisas. ¡2900 veces 2900 gracias! ¡Gracias por tanto!

No os conozco pero ya os quiero. Cruzaréis Europa. Castilla. Aragón. País Vasco. Francia. Bélgica. Alemania. Polonia. Lugares con mucha Historia que se resumirá en la historia de todas y cada una de las familias que vuelvan con vosotros. Una historia de la que seréis personajes secundarios pero, no lo dudéis, imprescindibles. ¡Gracias por tanto!

No os conozco pero ya os quiero. A Marta. A Beatriz. A Clotilde. A Susana. A Tomás. A David. A todos los que despertasteis y quisisteis convertir pesadillas en sueños. Desesperanza en optimismo. Rendimiento en vitalidad. Al fin y al cabo, guerra en paz. ¡Gracias por tanto!

No os conozco pero ya os quiero. Soy vuestro marido. Vuestro hijo. Vuestra madre. Soy vuestro vecino. Vuestra compañera de trabajo. Soy vuestro amigo. Siento un orgullo mayúsculo por serlo. Os empiezo a conocer un poco. Os quiero todavía más. ¡Gracias por tanto!

¡Os quiero! ¡Os queremos!

Gracias a todos: Convoy Esperanza, Marta, Tomás, Susana, Álvaro, Cloti, Carolina, Fran, Ricardo , Fernando, Mónica, Manel, María José, Alejandra, Tomás, Javier, Juan, Julija , Fran…

Llamada sin respuesta

Hoy os llamé por teléfono. 

No me contestasteis. 

Probé una segunda vez. 

Nadie descolgó. 

Lo intenté una tercera. 

Me di cuenta de que ya nunca lo haríais. 

Me quedé con las ganas. 

Tenía mucho que contaros.

¡Bofetón de pena y realidad!

Almacenamiento casi lleno: Diógenes Digital.

Hoy me ha pasado algo que hasta ayer no me hubiese ocurrido jamás. Necesitaba el correo electrónico de una persona. Este mismo contacto se lo mandé yo hace dos años a una amiga. Según he ido a buscarlo a mi conversación con ella en la aplicación Whatsapp he visto que, oh, horror, ayer me dio el flus de borrar todas mis conversaciones de Whatsapp. He borrado compulsivamente sin prestar atención al contenido que allí archivaba desde que existe esa maldita aplicación. Me recordó un poco a mi cajón de calcetines. ¡Hay calcetines guardados de mi uniforme del colegio hasta con su pareja! Quien me conoce sabe que padezco ese temor a deshacerme de cosas. 

Hasta hoy era consciente de que eso pasaba con cosas materiales. Una pegatina del Mundial 82, el uniforme del equipo de fútbol del colegio, un disfraz que usé una vez en 4º de EGB, fotos carnet guardadas cronológicamente desde mi primer pasaporte allá por 1975, una calculadora que no funciona de 1985, todas mis notas del colegio (¡son para enseñarlas!), y no sigo que me da vergüenza. Alguna vez se han puesto en contacto conmigo desde el Museo Arqueológico pero no doy mi brazo a torcer, no me gusta exhibir mis recuerdos. 

Volviendo al correo electrónico que he pedido esta mañana… Decía que ayer me dio lo que me debería de dar más a menudo. Bastante más a menudo. Una vez por semana por lo menos. Ayer me senté, teléfono en mano, y dediqué un largo rato a eliminar de forma permanente el 90% de las conversaciones que tenía abiertas en Whatsapp. Miré, por curiosidad, el almacenamiento que tenía antes de empezar con ese momento de locur… lucidez y la cantidad era de 21 gigabytes. 21 es una cifra estupenda para los trofeos de Grand Slam que ocupan  las estanterías de casa de Rafa Nadal. 21 es una edad perfecta para que a un norteamericano le dejen entrar en un bar y tomarse un cacharrito. 21 es un artículo de la Constitución que «reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas». Y 21 es un número arábigo que si lo cambias a romano pasa a ser un siglo de mucha actualidad ya que es el que estamos viviendo mientras tú lees y yo escribo: XXI. 

Lo que no es, para nada, normal es tener 21 gigabytes de conversaciones sin sentido alguno. Es decir, tuvieron su momento, tuvieron su sentido pero ya no. Algunas de las que se reciclaron ayer eran de hace ¡seis o siete años! ¿¡Qué interés tendría hoy que le preguntase a mi amigo Álvaro si íbamos a Toledo en un coche o dos!? ¡O aquella vez que fui al supermercado a por tomates y le pregunté a mi mujer si los quería para gazpacho o para ensalada en junio de 2016! Tal vez debía de haber guardado, por su importancia, esa conversación que tuve con el tapicero donde decidíamos si las rayas de la tela las queríamos horizontales o verticales. ¡Esa sí!

Pues no, ya no tengo ninguna conversación salvo una docena que he guardado con cierto criterio… o nostalgia. El resto se han ido al vertedero de las letras. Ahora, temblad fotos, temblad, que os tocará en breve. 47.167 fotos. Una detrás de otra. Algunas, digo yo que alguna habrá, merecerá la pena guardar e incluso imprimir. El resto… ¡a tomar vientos! Mi última foto es de un zapato. Si no espabilo esa foto quedará en el olvido ocupando espacio y haciendo de mí un candidato idóneo para el estudio del Diógenes Digital. 

He leído a una psicóloga que da unos ejemplos de Diógenes Digital, que son: 

  • «Acumular más de 2 fotografías iguales tomadas en sucesión;
    Guardar fotografías borrosas o mal tomadas;
  • Conservar conversaciones de WhatsApp desde hace más de 2 años;
  • Acumular correos electrónicos que carecen de significado;
  • Almacenar promociones, anuncios, ofertas por email;
  • Guardar exceso de memes;
  • Grupos de WhatsApp con más de 200 archivos compartidos;
    Almacenar discos duros con cientos de películas que nunca se ven». 

Cumplo todos y cada uno de los puntos anteriores. ¿Y tú? Sé sincero. Mira tu teléfono o tablet, vete a ajustes, almacenamiento y espera sentado. Reflexiona y piensa si necesitas esa foto del helado que te tomaste en la playa. O si tienes que guardar lo que te contó tu vecino de la reunión de la comunidad donde se habló de pintar o no las escaleras

Dice Verónica Rodríguez que el Diógenes Digital «siente un temor insuperable a necesitar más adelante los archivos guardados». ¿Y qué? Si no tienes esos archivos, busca otro más actual que te sirva. (Hablo en alto, para ver si tomo nota yo el primero). 

Añade que «son incapaces de tomar decisiones sobre lo que les sirve y lo que no, les cuesta vaciar el correo electrónico o la papelera de reciclaje». Tengo correos de tiendas que ni existen. ¡Tengo guardados correos de colegios a los que ya no van mis hijos! 

Por último, da unas pautas para salir del pozo… recomienda cosas obvias, como cualquier consejo a un adicto de cualquier sustancia. En el ordenador, el icono de la papelera en lugar preferencial. En el móvil, reflexionar sobre lo que se acumula y usar un solo dispositivo. Hacer limpieza, a lo bestia, añado yo, una vez por semana. 

Y con lo que ocupe este texto me despido. Lo publicaré en el blog y lo borraré automáticamente. 

Me llamo Gonzalo y sufro de Diógenes Digital. Llevo un día limpio.

Error de nacimiento.

En casa teníamos la costumbre de felicitarnos por la mañana y esperar a la tarde para soplar las velas en el día de nuestros cumpleaños. Llegaba el 1 de septiembre y todos, empezando por mi madre, felicitábamos al pequeño de los cuatro. Pasaban 16 días y despertábamos al siguiente tirándole de las orejas. Varias semanas después, con cierto respeto y prudencia por ser el mayor, felicitábamos al mayor de todos. Pero… conmigo era distinto. Recuerdo con cierto pudor que siempre había dudas con mi cumpleaños. ¿Por qué? Algún año me felicitaban un 30 de septiembre, otros el 1 de octubre… yo siempre me enfadaba y acababa apagando la chisporroteante llama de las velas el día de mi cumpleaños, el 2 de octubre. Siempre me pregunté la razón de estas discrepancias. Hubo tiempos que pensé que me vacilaban. Pensaba que me tomaban el pelo por mi forma de ser, entraba al trapo enseguida. También dudé de la capacidad intelectual de mis hermanos y hasta de mis padres. ¿Cómo es posible olvidar una fecha de cumpleaños? ¡Joder! ¡Que soy el segundo, no el decimoquinto! 

Han pasado más de 40 años, o no. Se acerca peligrosamente mi cumpleaños, o no. Hace unos días, seguro que sí, ordenando papeles, mi hermano encontró el documento que se le entrega a unos felicísimos padres tras el nacimiento de su hijo en el hospital. En este viene bien explicado y detallado todo tipo de detalles informando sobre lo sano o insano que es el bebé. Peso, altura, perímetro craneal, perímetro torácico, inspección del cráneo, de la cara, del cuello, del tórax… juicio clínico y… ¡fecha de nacimiento! Pues bien, 45 años después, o no, me entero de algo que me ha perturbado de tal forma que no sé si sigo siendo yo o soy otro, si soy quien me dijeron ser o no, tengo cierto sentimiento de culpa por haber mentido durante tanto tiempo a tanta gente. No nací el día en el que me empeñaba en ser felicitado sino ¡cuatro días antes! 

¿Qué hago? ¿Qué debo hacer? ¿Cuando me van a felicitar ahora? ¿Cambiará mi signo del zodiaco? Mi carta astral se va a tomar por… Nada tiene sentido. No soy el mismo. Soy otro. Soy mayor de lo que era. Hubiese podido conducir unos días antes. Hubiese podido entrar en ciertas discotecas antes. ¡Me he perdido cuatro días de tantas cosas! ¿A quién se le reclama esto? ¿A qué ventanilla voy? ¿Esto tendrá un precio? ¿Quién me paga esta frustración? Arriaga Asociados, dejad los sellos y el tema del banco que vendieron por un euro, centraos en mi caso. 

Ya no sé si soy yo quien escribe o es mi yo del 2 de octubre. No sé si soy del 28 de septiembre o de unos días después. ¿Me podré jubilar cuatro días antes? Me surgen tantas dudas… ¿podré entrar al Hogar del Jubilado a finales de septiembre o tendré que esperar a octubre?

Por si acaso, a partir de ahora celebraré mi cumpleaños el 28 de septiembre y el 2 de octubre. Tú eliges cuando quieres felicitar a este pobre incomprendido. Y sobre por qué nunca me dijeron nada… me quedaré sin saberlo. Tengo muchas hipótesis y ninguna es buena ni convincente. Así que me quedaré con la duda. 

Se despide un tipo que no tiene claro nada. ¡Hasta la próxima, o no!



No puedo dejar de mencionar a dos personas muy importantes en mi vida. Don Luis Torres Pérez y don José de la Cruz y Castillo, Encargado y Secretario del Registro Civil de la calle Pradillo en el año 1975. Imagino el nivel de despiste que debían de tener aquél día que alguien fue a inscribir a este recién nacido que os escribe. Vieron una fecha a pie de página y la dieron por buena. Me destrozaron la vida. Así de claro. ¡Me destrozaron la vida! Mientras ellos metían la pata, el guión de mi vida cambiaba totalmente. ¿Cómo se retrocede? ¿¡Cómo!?¿Hubiese cambiado algo en mi vida? A saber. Me moriré sin saberlo… pero con dos fechas de nacimiento, ¡con dos cumpleaños!


Es obvio que es todo en tono de humor.